«Ya no son blancos, ahora son comanches»

EE.UU. 1956. 119 minutos

Guión: Frank S. Nugent, basado en la novela de Alan Le May

Dirección: John Ford

Reparto: John Wayne, Jeffrey Hunter, Vera Miles, Ward Bond, Natalie Wood

The Seachers no es solo una de las grandes películas de John Ford. Es también uno de los mejores trabajos de John Wayne. Una historia de búsqueda (de ahí el título) en el que Ethan Edwards con la ayuda de Martin Pawley rastrea Monument Valley durante años para recuperar a su sobrina Debbie, Natalie Wood, raptada por los salvajes indios comanches que mataron al resto de su familia.

Durante toda la película late la tensión de la reacción que tendrá Ethan al encontrar a una niña que se habrá convertido ya en una mujer india.

El título original, The Seachers, es descriptivamente fiel a la trama, pero la versión española gana muchos enteros. Centauros del Desierto se convierte en una preciosa metáfora que se centra, no en la acción de la película, sino en sus personajes. Esos vaqueros que viven pegados a sus monturas y recorren durante años y sin descanso unos parajes magistralmente fotografiados, que son un personaje más, en busca de la niña raptada. Un fin que se convierte en el objetivo de sus vidas y al que se aplican sin descanso.

La película tiene momentos memorables. Entre ellos el cierre, donde vemos a Ethan encuadrado en el marco de la puerta de la casa de la familia Jogersen. Se sujeta el codo derecho con su mano izquierda (como homenaje a la estrella de los westerns Harry Carey, fallecido unos años antes), se gira y camina hacia el infinito y más allá del paisaje de Monument Valley.

Otro momento para el recuerdo tiene lugar cuando Ethan y Martin son conscientes de que los apaches les han alejado de la casa familiar para poder atacarla. El joven Martin azuza a su montura para volver cuanto antes. Ethan, en cambio, a pesar del dramatismo de la situación, es consciente de que el caballo necesita descansar y, con todo el dolor, detiene su carrera. Por el camino de vuelta, recoge a Martin, que ha reventado al suyo.

Como no podía ser de otra manera, el gran atractivo es el personaje principal, Ethan Edwards. John Wayne compone un retrato de un tipo torturado, rencoroso, desconfiado y racista, pero con el que el espectador no puede dejar de identificarse. Un personaje lleno de matices, que no es blanco ni negro, sino de un gris como la vida misma.

Akira Kurosawa decía que para aprender a hacer cine, estudió a John Ford. Y no le faltaba razón. Palabras de un maestro sobre otro maestro.